Es difícil intentar meditar todos los días. El parloteo y el movimiento constante de nuestra mente, el ímpetu de los hábitos y los patrones adictivos de pensamiento, hacen que sentarse quieto, respirar despacio, apartarse de todo y desenredarse sea muy difícil. Al igual que una pequeña nube puede cubrir la luz y el poder del sol, o unos dedos que cubren nuestros ojos pueden ocultar el mundo entero a nuestra vista, del mismo modo la mente oculta la luz interior del corazón y del alma.
No te rindas. Los Maestros espirituales hablan del «juego cósmico», la antigua lucha entre la oscuridad y la luz, la ignorancia y el conocimiento, el viaje del alma de vuelta a su fuente, al yoga o la unidad con Dios. La meditación es el espacio entre las cosas que permite que este conocimiento crezca. Puedes leer mil libros, pero sólo encontrarás allí lo que ya sabes, y muy poco de lo que leas permanecerá. El verdadero progreso reside en cultivar el silencio, la quietud: ahí está la puerta entre lo finito y lo infinito, el espacio donde el conocimiento, la perspicacia y la comprensión se experimentan de primera mano.
Empieza poco a poco. Si acabas de empezar a practicar, siéntate cinco o diez minutos una o dos veces al día. Observa tu respiración fluida, tratando de no dejarte atrapar por los pensamientos y sentimientos que acuden a la mente. Deja que la mente sea un cielo vacío, los pensamientos sólo un pajarito que cruza el cielo, sin importancia, sin dejar rastro. No tengas ninguna expectativa, sólo sigue entrenando la mente para que se vuelva obediente y unidireccional. Has comenzado un viaje interior, y un día te llevará a destinos maravillosos – pero no pienses ni desees esto, simplemente disfruta del viaje en sí.